Sunday, July 17, 2005

VENDRÁ LA MUERTE Y TENDRÁ TUS OJOS

Cesare Pavese


"Vendrá la muerte y tendrá tus ojos esta muerte que nos acompaña desde el alba a la noche, insomne, sorda, como un viejo remordimiento o un absurdo defecto. Tus ojos serán una palabra inútil, un grito callado, un silencio. Así los ves cada mañana cuando sola te inclinas ante el espejo. Oh, amada esperanza, aquel día sabremos, también, que eres la vida y eres la nada.

Para todos tiene la muerte una mirada. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. Será como dejar un vicio, como ver en el espejo asomar un rostro muerto, como escuchar un labio ya cerrado. Mudos, descenderemos al abismo."

Tuesday, July 05, 2005

Capítulo I: “Retrato entre árboles y montañas”

“Amada, supón que me voy lejos,
Tan lejos, que olvidaré mi nombre...
...Amada, quizás soy otro hombre,
Más alto y menos viejo,
Que sueña por si mismo....
Allá lejos, allá en el dulce abismo”
Silvio Rodríguez;“Dulce Abismo”.



Pasos cortos y rápidos atacan el camino al quiosco de la esquina, donde lo espera Don Carlos, ya amigo gracias a las frecuentes visitas a las diez de la noche para comprar el cigarro que acompaña sus últimos pensamientos del día.

Felipe, de tez morena por el sol de santiago, se jacta de su mediana estatura, para no decir pequeña, con el gigante vendedor de revistas que siempre bromeaba con esa especial característica. La amena conversación termina con -“un Belmont light de diez porfa”- y la transacción se completa con un apretón de manos, siempre sudorosas por el calor de la eterna capital.

Su nariz, heredada de su madre, que en algún momento fue tachada de grande, pero en la pluralidad universitaria había pasado desapercibida gracias a prominentes morrones o aguileñas y curvas estructuras respiratorias que eran más respetadas y permitían que la de Felipe fuera una entre grandes narices, percibe un olor a pan recién hecho, lo prueba en su mente y, al consultar su capital, se desvía hacia el pequeño supermercado.

En la fila del pan se cuestiona la decisión de vivir solo, algo que siempre anheló desde que arribara a la capital desde Puerto Montt, pero que ahora le acarrea problemas como el de la alimentación, las compras y las cuentas de los servicios básicos.

Durante sus primeros tres años en la ciudad metropolitana estuvo en una pensión, allí vio como la comida de la tía Nelly, la dueña, y la vida licenciosa le hicieron subir unos kilos que le impedían igualar su marca en los cincuenta metros planos, que, a todo esto, ya ni recordaba. El pelo se le empezó a caer en tercero medio, una frente amplia lo acompaña; esto es algo que heredó, o quizás fue el estrés, no sabe, ya que no le gusta visitar al medico, por orgullo o infantil prejuicio.

Con los cigarros y la bolsa del pan en la mano, toma el ascensor que lo llevará a sus aposentos. Con naturalidad mira la cámara dentro del transporte vertical que graba “para su seguridad”- “en contra de mi privacidad”-comenta entre labios. Se baja del aparato, se apresta a introducir la llave y lo interrumpe un pequeño ruido de pasos: “un vecino”-pensó. Al instante, un golpe en sus espaldas, le invita a voltear para encontrarse de frente al conserje. Los hombros de Felipe eran anchos y bien delineados, fruto de la genética, ayudada por los distintos trabajos voluntarios de su adolescencia, tanto construyendo, como reparando techos, invernaderos, en fin ayudando comunidades rurales, también urbanas, en el sur de chile. Esas experiencia también habían forjado sus ojos tristes y atentos al ver la dura realidad de hombres quizás más capaces, pero con menos suerte que él.

El apenas conocido conserje le recuerda que no ha pagado los gastos comunes. Agradeciendo el aviso, junta el dinero y se lo entrega, entra a su departamento decidido a tomar once y una ducha. Pone a calentar el agua del termo eléctrico para el baño y arregla la mesa para uno: una taza, una cuchara, una servilleta, un individual, un estomago a medio llenar, una mesa, una silla, una ventana, un paso a la eternidad, un sabor, una boca, un departamento, una ansiedad, una espera, una satisfacción.

El agua estaba lista para una reconfortante ducha antes de empezar la noche: el baño azul, decorado con muchas ranas: la cortina, el toallero, la taza, la jabonera, la esponja, sólo faltaba Felipe. Desnudo, desempaca su toalla verde, a tono con la decoración anfibia; sus piernas velludas, su pelo en el pecho lo hacen pensar en él como una montaña, a pesar de su estatura. Desnudo es libre, solamente carne, piel, pelos, cicatrices, es el estado más puro de la naturaleza, sin ropas que oculten sus detalles, sin zapatos que protejan sus pies. Llega a ser tan alto que no crece vegetación en las alturas, pero se cubre de verdor desde sus ojos para abajo, es algo inmóvil, que camina a pasos de siglos, no de años, horas o instantes, es un solo vivir etapas geológicas de larga duración, una gran corriente que empina su porte y hace caer el agua por sus faldas, dejando ríos iluminados por el shampoo. Se seca el pelo, voltea y mira al espejo, “debo afeitarme”-dice- se da cuenta lo perezoso que era al permitir que crezca la barba, orgullo de precoces años, pero fomentador del descuido en su presentación. Con espuma en mano comenzó a delinear su perfil con la afeitadora. Al ver su rostro sin el negro manto, visualizó su natural cara de niño que escondía bajo el vello descuidado, también notó que debía cortarse el cabello.

Con todo preparado minuciosamente se apresta a fumar el último cigarro del día, frente a la ventana con vista al edificio Diego Portales y Víctor Jara de fondo se concentra en los últimos pensamientos del día:

Vuelves a pensar después de mucho hacer; es que es necesario voltear todo hacia adentro para sanar, es que hay que enfrentar los miedos en la pieza oscura que ensimismarse significa. Piensas, por tanto, de lo más seguro de tu viaje.

Creí encontrarte en mis actitudes más arcaicas, con las monotonías, con el volver a empezar todo lo que soy y cuanto decidí ser. Descubrí así que tu mundo, Felipe, el que existe bajo tu cama, se generaba a medida que lo creabas. No antes. Desde el día que abriste tus ojos y miraste las manos de tu madre acurrucándote en su pecho, tan suave, tan confortante. Ese momento inmaculado cuando te apropiaste de ella y tus juguetes, de tus amigos y tus experiencias. Era tal la alegría de tener, que no sentías nada igual, eran puras sorpresas que quebraban la tranquilidad de las lluvias sureñas, de los vientos correntosos que te llevaban donde los tubos de concreto no pudieran protegerte. Es entonces cuando DESCUBRISTE.

Lo complejo empieza cuando el sorprenderse intenta transformarse en una empresa conjunta: tu y yo, juntos en la vida, cuando la sed le gana al vaso y todo se vuelve miedo, yo no lo tengo por eso me permito buscarte. Te preguntarás qué es lo que busco: una pizca de “mi”que se fue lejos, al “Dulce Abismo” . Un plantearte preguntas con la posibilidad de mirar dentro de ti, que por casualidad, o quizás causalidad, corras una cortina y me dejes hurguetear tus cosas, descubrir lo que hay detrás de la indecisión.

Aunque naciste en Valparaíso, tu vida esta en Puerto Montt. Ahora dudas si EXISTES en Santiago, debe ser por miedo a perder lo que fuiste. Estuviste dentro, a un lado y ahora lejos de tu madre y no consigues vivir con eso. No entiendes tu muerte y por eso me llamas al calor de un cigarro, en la tranquilidad de la burbuja. Crees que tus manos no pueden, quieres ocupar mis manos. Tus hermanas son lo más importante en tu vida. Pero no entiendes que ya son mujeres, que no pueden vivir a tu lado, que no debes frenarlas. Mírate y escúchame: no tenemos nombre.

Cuando niño tenías un dibujo preferido: en el fondo grandes montañas con nubes y pájaros revoloteando en el horizonte; un sol que estaba naciendo, o escondiéndose, no sabías, tenías la contradicción de la geografía empírica, de los movimientos cósmicos. Bajo esos imponentes monumentos un campo tierno y fértil; a los pies de las montañas una casa pequeña. Cerca de ella, una arboleda lejana, en perspectiva con el árbol, uno que habita el primer plano, uno imponente, detallado. Una roca a su lado y a la izquierda de esta un río, que nacía entre los faldeos y cruzaba la pradera hasta morir a los pies del imponente ser vivo, casi en el centro del margen inferior de la hoja de papel. Esa era tu vida, esa es mi vida.

Lo simple del dibujo era gracias a tus ganas de definirte, no a un talento. No complicabas el dibujo por no poder hacer algo mejor, a tu gusto.¿Por qué siempre has querido ser artista? Creo que tus indecisiones atacan de nuevo y sólo quieres expresarte sin ser entendido. Que te comprendan como eres; no quieres ser “hijo de” sino ser tú. Pero ahora estoy yo, ¿viste que se vuelve complejo?.

Felipe no quiere seguir pensando, ya se a puesto nostálgico, pasan imágenes de su vida y no quiere seguir escuchándolas, le dan pena. La música a cesado de protestar sin darse cuenta. Es hora de acostarse.

Se lava los dientes, se desnuda y entra en la cama, el calor no lo deja dormir: “es mejor el frío, te puedes arropar y te sientes seguro”- piensa- “como mi casa circular, entre las montañas y los bosques del sur”, a pesar de eso, a él le encanta el desierto por lo sensual de las colinas desnudas, siempre ha pensado en las curvas de las mujeres cuando ve los desolados paisajes, tan desconocidos, pero familiares a la vez. Meditando se adormece y comienza a ver las imágenes de su vida entre musgos y tijerales.

Anhela poder y fama, pero no tiene fuerza para mantenerlos, debe moverse y establecerse, dominar distintos escenarios con distintas actitudes, ser asertivo y coherente. Quiere ganar el mundo y no perder nada, aunque esta consciente de que TIENE que perder para poder ganar. Se sueña un viernes en la noche, su hijo no llega pero no importa, “¿qué le puede pasar si esta jugando a la pelota en el callejón?”-dice entre sueños-. La película es excelente; policías corruptos, traficantes con conciencia social, de todo lo que disfruta.

La película llega al clímax, el personaje principal se enfrenta al malo de la historia. En un callejón, Ryan, el policía, lo mira desde la ventana con su fusil de gran alcance. Frans sabe que lo están observando.

El cambio de los maletines era un truco, de ambos lados de la ley habían planes. Frans saca el maletín y lo lanza en dirección a la ventana, se tira a los basureros, se escucha un disparo, gritos y silencio.

Después de un rato, Ryan sale de su escondite en el edificio contiguo, baja por las escaleras de incendio hasta llegar al primer piso. Su mirada se aterroriza al ver el cadáver de un niño que, por error, había recibido el disparo que el policía, sin ángulo y casi por instinto, percutó.

Felipe se levanta del sillón, suena el teléfono. Una voz dulce le pregunta por el padre de su hijo. Su pequeño esta muerto.

Exaltado y agónico se despierta de golpe, sudor frío corre por su pecho, siempre ha pensado que sus sueños matan a todo el que se le acerca. No quiere perder a nadie. Trata de conciliar el sueño pero escucha, entre la estática de la televisión encendida frente a su sillón, una melodía inspiradora, mira el reloj, son las cuatro de la mañana. Se apronta a componer una canción. Confiado saca un lápiz, los acordes seguros son respaldados por lo hermoso de no saber nada: no te pones limites para imaginar los pasos que darás, entre el nacer y el morir, aunque ellos siempre redunden en imágenes parecidas:

Soy un árbol, no montaña, o quizás las dos cosas, que de noche no se ve ni se siente pero de día no deja ver más allá del horizonte, soy un árbol que crece, a pasos de milenios, por que duraré una eternidad. Cuando soplan los vientos quedo desnudo y en los soles brillantes me arropo por lo que pueda pasar. Soy en el cual tomaste sombra y te protegiste de la lluvia, pero que hoy dudas, al tener que mantener tu desarrollo sustentable. Siempre vuelves a correr; tranquilo, yo te busco, por eso contaré nuestra historia.
La creacion es nuestra unica salida