Monday, April 03, 2006

Los jardines de la Rue Royale


Nací y crecí en París, a un costado de la Rue Royale. Desde pequeña me acerqué a un sujeto muy curioso. Él me hablaba sin razón, era de mediana estatura, ojos claros, “heredados de mi madre”- me decía al oído. Eduardo, lo habían llamado. Para mi era el que me abrió los ojos ante la vida, el que me alimentaba con cada palabra. Esos eran días preciosos, con cada amanecer yo gritaba de alegría. Eran días de conversaciones eran eternas.

Su vida transcurría entre los parques de la Rue Royale y la casa de su madre, la que no conocía, pero él planeaba presentármela en muy poco tiempo, ya que quería que yo me fuera a engalanar su casa. Me contó sobre la alergia a los jazmines que le aquejaba y de una ex polola que había tenido. Era una primorosa flor que vivía en chile y hace mucho tiempo que no hablaba con ella. Carolina, su ex, era muy especial ya que había sobrevivido a un accidente cuando tenía diez años, algo vieja para andar viajando.

Un día él cayó de un árbol y se paso a enredar en las patas de un gorrión. Con el llegó a un acuerdo, le recompensaría con un hermoso nido, si lo llevaba a chile. Yo no le creía porque era sólo una semilla que al lomo de un gorrión viajaría al continente lejano.

Hoy es el día, se despide, por más que quiero no puedo seguirlo, llevo 10 años aquí y no puedo moverme, se que se irá a chile con ella, no volverá, aunque se madre se lo pida. Algo me dice de Beziers que es un lugar acogedor para los ancianos, para su progenitora, la Eulalia, no quiero escucharlo. Se que crecerá lejos de mi lado se quedará en la tierra y no volverá a viajar en el viento, ni en las patas de una abeja ni en el vientre de un picaflor.
¿Porque te vas?, le pregunté. Por otra flor, me han dicho que carolina sigue viva en un lugar de chile, me responde con su cara de inocente. Él se alejó de mí, es como si le contagiara algo. Los celos me corroen, le pregunto nuevamente por ella, el no responde se aleja cada vez más. Me habla de la reconquista de carolina, que nadie lo detendrá, yo con más ganas le saco en cara los años de compañía. Que esa lo había abandonado, pero el no echa marcha atrás. Su madre estoica se encuentra parada a un costado de la calle y llorando me dice al oído, “déjalo ir”. “¡¡Eduardo!!” No me dejes, le grité, el estornudó, “ese es el problema” –me dijo Eulalia. Tu eres un jazmín, el un a semilla de peral, no podrán estar juntos. Esa tarde de despedida llore tanto que mis pétalos se desparramaron por toda la calle, dejando una hermosa estela de mi dolor. Días más tarde el comenzaba a ver el sol de providencia, lejos de su madre y de su amada Rue Royale.

Friday, March 31, 2006

Derritiéndome


Los cumpleaños son mi mayor contradicción: es el único día que paseo por las casas de los niños y también los que más me desgasto. El de Pedro ayer fue especial, no terminaba nunca, Pedro era el festejado, lo celebraba en su jardín, con una carpa inmensa que colgaba de dos árboles antiguos que observaban desde las esquinas opuestas al techo de la casa.

Todo empezó normal, los invitados, los vasos llenos los canapés, los cigarros, las conversaciones. La mujer de Pedro corría de un lado para otro, preocupada de las visitas, -¿les falta algo, todo bien?- les preguntaba a cada una de las personas que disfrutaban de la alegre velada. Todo era buena convivencia; el broche de oro de la tarde fue cuando Felipe, de 5 años, llegó caminando y preguntando a diestra y siniestra, sobre el porque de las flores del sombrero de una anciana o que era lo que estaba tomando el joven de bigotes. De fondo un -haaaaaaa!- describía la ternura de la imagen y de sus cortos pero curiosos años. Llega la hora del café y la torta, que es cuando yo entro en acción, me paro sobre ella y me quedo esperando el show. En el living se apagan las luces, todos aplauden, estaban esperando mi llegada, es en ese momento cuando me arrepiento de ser lo que soy: todos me miran, soy la estrella, pero con la emoción del cumpleaños la cabeza me empieza a doler, siempre es lo mismo, me derrito poco a poco y espero con ansias que soplen sobre mi y termine mi actuación, sin movimiento pero con ardiente paciencia.

La mujer de pedro tomó la torta en sus manos estoy lista, cruza el umbral de la cocina y la oscuridad del living se hace evidente. Todos aplaudían y cantaban la misma cancioncita de siempre, Felipe revoloteaba a mí alrededor con los ojos encendidos por mi luz tratando de apagar mi dolor. Por eso me gustan los niños, siempre van al grano, no se pueden controlar, en cambio los adultos hablan sin parar, dan las gracias, cuentan chistes y mi infierno se hace eterno, como lo estaba siendo esa tarde.

Ya estaba mareada, mi largo cabello, y digo cabello en singular porque es uno, ya había crecido mucho y el cumpleañero no tenía intenciones de soplar. El niño saltaba a mi lado intuyendo mi dolor, tratando de apagarme. De repente un grito, agua que corre por un hombro, un termo vacío acostado sobre la mesa, un mantel en el piso, el niño se revolcaba de dolor en el piso.

Nunca olvidaré sus manos, que se deshacían como mi cuerpo, no había visto a uno de esos sufrir tanto, su ropa se pegaba a su brazo como la torta me tomaba por los pies. Creo que fueron muchas mis ganas de maldecir al estúpido hombre que no me soplaba el dolor, de alguna manera, el único que me entendió, sufrió igual que yo

Saturday, February 25, 2006

Añoranzas sinceras




Esta noche pregunte por ella. La encontré feliz por estar cosechando triunfos. Me encanta encontrarla así. Me vi sorprendido por esta reacción tan poco egoísta de mi parte, algo raro hablando de amores. Ante esto empecé a recordar mis primeros momentos junto a ella, imagine todo lo que había ocurrido ese primer día, silencioso para mi corazón, caluroso para mis sentidos, peor para mi mente.

Entre la gente uno pierde individualidad (algo obvio, pero importante para la historia), y desde ahí, en silencio, descubrí todas tus rarezas, que me impactaran sin anestesia. Empecé a sentir el hormiguillo en mi cuerpo que me hacía dudar de todo, sentía miedo de estar a tu lado, de hablarte, de quererte: calor en los hombros, mis manos y mi estomago. Con esto mareándome, emprendí un camino raro, atolondrado, a empellones de tu piel y mis locuras.

Hoy siento que tengo todo bajo control, eso me asusta. Lo más probable seria el miedo a comenzar de nuevo, pero no. Planificar lo que doy impide que sienta que estoy amando. Amo cuando no mido, no califico. ¿Será que viví mi primer amor y ahora viene el próximo? Espero que esa pregunta no cause risas generales en la audiencia. Creo que entre ambos hay mucha similitud (y cercanía), pero son diferentes y esto de hacer conciente el sentimiento me tiene loco. La vida en Santiago a sido una constante añoranza: ¿será que esto que escribo es parte de eso?, el añorar amar como amé, en Puerto Montt, mi ciudad, con las cosas que me gustaban hacer, con las que me sentía tranquilo.

Es difícil regresar el tiempo, es difícil vivir pegado en el tiempo. Por ahora amaré dos veces y si es necesario tres. Lo que escribo me descongestiona y me hace pensar más tranquilamente problemas que están cargados de complejidad ante mis ojos. Aunque me estoy quejando de satisfecho, es inherente la inconformidad en mi, ya sea para sumar o restar, jejejeje!. Un abrazo a los que lean esto.

Wednesday, January 11, 2006

Cómplices en viaje.

El tren era angosto. El bamboleo de sus carros me hacía chocar con cada uno de los pasajeros, que se incomodaban por mi transitar. Estaba nervioso y fumaba mucho, el único espacio para acceder a mi vicio era entre vagones. El rechinar de las ruedas impedía escuchar palabra, el calor me impedía quedarme quieto, sentado esperando el viaje.

En uno de los tantos paseos por los corredores, me cruzo con una mujer. Queda mi mano en una posición incomoda: a la altura de mis caderas, a la altura de su sexo, siento el calor de ese encuentro por medio de mis dedos, que ya estaban sudorosos, activos y perceptivos, y ella sin ataduras me traspasa toda la fuerza para no quedar en esa posición he ir por más. O quizás por nada más. No lo supe en ese momento. Sonríe, se sonroja, respira abruptamente, creo ver la complicidad.

Fumé y caminé por el pasillo de vuelta a mi asiento, sentía sus ojos en mi espalda, tomé mi bolso y me senté a mirar el paisaje. Se levantó y me acompañó. Conversamos no se que cosas, yo sólo estaba pensando en lo que había pasado en el pasillo. Ella descubrió mi secreto y empezó a acariciar mi entrepiernas., como si nada pasara, como si fuera algo natural, un ritual de bienvenida. Yo solo correspondí y conseguí una frazada para que no nos observaran. Ya no podía aguantar más saque su mano de mi pantalón justo antes que todo acabara. Ella tomo mi brazo me levó al espacio entre vagones.

Aquello parecía un balcón: una baranda de bronce, el piso medio suelto impedía que te pararas con seguridad. La senté sobre el pasamanos, el cielo se oscureció y solo la miraba a ella, nos besamos, hasta que solo sentimos el viento y el rechinar del tren, su movimiento nos impulsaba a seguir, quizás todos miraban, quizás nadie estaba interesado. Solo éramos dos. El viento nos elevo por los aires, logramos sentir el humo de la locomotora, vimos el túnel venir, todo en un remolino de respiraciones y colecciones de fotografías, entre el despertar y el gozar, entre la muerte de un suspiro y el silencio de una caricia.

Tuesday, January 03, 2006

Soñar

Te acercaste lentamente, a lo lejos descubriste mi presencia. Estaba con frío esperando que volviera la primavera. Cada vez más cerca, cada vez más frío, frente a frente, en un pasillo, que al volver los ojos se alargaba, y al mirarte se contraía. Eras envolvente, no podía alejarme, no era yo el que me acercaba sino tu la que caminabas.

Me tomaste del brazo y perdí el equilibrio, caí por horas y te miraba vigilarme desde arriba y abajo. Llegué a tu lado, me sacaste la ropa con tus labios poco a poco, cada ves que tocabas lo hacías con tu boca, me arrancaste un pedazo de piel y lo colgaste junto a tu copa de vino, tu lengua en mi pecho recorrió todo mi corazón, logro encender lo que el frío impedía, yo me retorcía de ganas, estaba sentenciado a muerte, una muerte lenta y graciosa, yo la deseaba. Estabas vestida de la tela más suave y transparente que he conocido, lograba tocar todo y ceñirse perfectamente a tu cintura, pero dejaba todo a la imaginación, el pasillo se hacía pequeño, era una caja en donde ambos podíamos acostarnos perfectamente, y caminar un kilómetro sin separarnos. Al desnudarme me tomaste por la cintura y me diste vuelta, de espaldas a ti. Me tapaste los ojos con tus manos y con tu pubis me empujaste a otra caída, esta vez me tomaste como nunca antes me habías tomado, con rabia y ternura, de pie y corriendo, de noche pero con sol en nuestras cabezas: una oscuridad que nos alumbraba.

Me tomaste la mano y caminamos, sólo eso, pero yo seguía excitado. Sin soltarte me volví a mirarte y estabas con la tela en los hombros, nada la sostenía, empezo a caer, te mostraste pura, cristalina y fuerte, como si pudiera ver tu espalda al mismo tiempo que tus pechos, radiante, con tu lunar a un lado del pezón y tus piernas blancas, con una hermosa curva en tu vientre que terminaba en la cavidad negra de mis deseos, tu labios prestos a recibir mi color, tan despacio y tan seguro. Seguimos caminando, y te tome yo, con ganas, desenfrenado, como si la muerte me persiguiera y fuera mi ultima noche, te rasguñe, te mordí con ternura y deseo, con elegancia y descontrol, no sabía como sacar lo que tenía dentro, te abracé hasta ahogarte, y renaciste en mis brazos, me mordiste hasta que me desangre y resucité en tus labios, así hasta el fin, y en la realidad hasta que desperté, mojado en mi cama, avergonzado por lo que había dejado en las sabanas solitarias, pero contento por haber estado una noche contigo, a lo lejos, en mi corazón, caminando lentamente, apresurado por no dejarte ir y porque te quedaste a mi lado.