Wednesday, October 19, 2005

Crímenes de Medianoche II

"Estábamos solos en mi casa, no había luz, nada más velas y dos personas- empiezo el relato frente al silencioso abogado- “estábamos terminando lo que habíamos empezado hace algún tiempo. En el living a oscuras sólo lograba ver sus ojos tristes que trataban de argumentar algo que no tenia explicación lógica."

"Cuando lo peor había pasado, suena el teléfono: una fiesta en casa de un amigo nos esperaba a los dos. Yo no quería ir”- ¿por qué? Interrumpió el jurista- “mire, después de terminar la relación no quería seguir a su lado, creo que es comprensible ¿o no?” , el entendió de inmediato yo sabía que ella no lo entendió. ... “y, -seguí mi relato- como todavía yo hablaba en ‘nosotros’, cedí a su petición de acompañarla, nos subimos al auto, esa escena era realmente patética, la radio no lograba llenar el silencio que las conversaciones dejaban. Llegamos al lugar, todo era alegría, había que ponerse la mascara, separarnos y hacer lo que nos plazca, ya sea emborracharse o llorar las penas con un amigo, quizás simplemente disfrutar el espectáculo. La casa era de un piso, pero un sótano hacia del ambiente más ameno y novedoso. En la entrada no pudimos ocultar por mucho tiempo nuestra lejanía, aunque no éramos de la idea de estar todo el día abrazados y menos en los carretes, ese silencio que ya nos había incomodado, seguía presente en ‘nosotros’, nos iba convirtiendo en uno, distinto del otro. En ese momento pensé que sería posible divertirse sin que afloraran los gritos de mi interior, esperaba que lo conversado en mi casa fuera una ilusión. Lo que realmente pensaba no puedo ni mencionarlo en esta conversación, me da asco."

“¿Por qué te da asco?,”- me comenta el carismático abogado- “no debes guardarte nada si es quieres que esto funcione. Es necesario, que tú logres llenar todo, es precisamente los vacíos que hay lo que hace que tu caso sea digno de la corte”. Hice caso omiso. Miro su hoja, está llena de anotaciones. “¿Qué escribe?”- pregunto como para desviar el tema; no hay palabras- Comprendo que sabe lo que estoy haciendo, pero no me dice nada, no me quiere juzgar. Ante eso, respondo con sinceridad: " ella quería que la fuera a dejar a su casa para ahorrarse la locomoción nocturna, que siempre trae problemas para un viajante solitario". El asiente con la cabeza y me mira con ganas de seguir escuchando.

"Todo iba bien hasta que la veo hablando calurosamente con un tipo, conocido, pero no lo bastante para que me guardara cierta lealtad. Miré desde la escalera que da al sótano, ellos estaban abajo. Cariñosamente el le toma la mano. Con el alcohol moderado en mi sangre, sentí un golpe en mi pecho, lo chistoso es que ese dolor siempre lo sientes más atrás que el corazón”- en realidad era como si saliera de mi espina dorsal, no es un sentimiento, es un instinto humano-. “Así empecé a seguirlos, como un cazador a su presa, ella no podía hacer eso, menos estando yo presente, menos esa noche, la ultima noche. Subieron se tomaron un trago, bailaron, hasta que él la acompañó a esperar la micro para irse a su casa. Creí que era una exageración seguirlos en la calle. Me detuve en la puerta, más no pude contener mi dolor. Iba lejos de ellos, pasé inadvertido, gracias a dios, nada paso. El volvió a la casa, yo lo esperaba en la escalera, con un cigarro, sentado. El bajo y fue a abrazar una chica. Yo me acerqué a él y lo encaré le dije unos cuantos garabatos, que es lo que se creía el concha’su madre, le voté el trago que tenía en la mano y empezó la pelea. Yo lloraba mientras lo golpeaba. En realidad nunca he sido bueno para pelear, y esta ocasión no era la excepción, recibí más de lo que di pero el se gano un viaje por la escalera que lo dejo un poco atontado, en ese momento fue cuando todos nos separaron y a mi me echaron de la casa. Amablemente me fui a dormir a mi casa sin oponerme a la decisión del dueño. Al día siguiente despertaba con mi madre pidiéndome explicaciones y los carabineros en mi puerta."

“Interesante-comenta el abogado- pero lo que me cuentas te deja como primer sospechoso. El niño amaneció muerto ese día, ¿qué opinas?” -me pregunta; pienso un instante- “mala pata”, encogiéndome de hombros y demostrando lo lamentable que me parecía el echo, aunque muy dentro mío me hubiera gustado ser el asesino de ese patán. “Si no hay más que quieras compartir, me retiro, un gusto conocerte”- me dice mi confidente defensor de un modo muy protocolar. Me levanto, un apretón de manos y de vuelta a mi celda.

Llegada la noche me llaman a la oficina del alcaide. Todo empezó raro: me quitan las esposas al sacarme de la celda, me llevan en dirección contraria al edificio administrativo, y al cabo de unos metros me dejan solo. No sabía que hacer, estaba oscuro, en medio del pasillo cinco, esperando algo. Parece que estoy soñando, me golpeo la pierna, nada, estoy muy despierto. Escucho ruido de autos, una ventana abierta, sin barrotes, me acerco a ella me veo ante la disyuntiva, escapar o no; podría ser una trampa, podría ser la oportunidad de seguir adelante con mi vida. Dejo de pensar y actúo, nadie me detiene, salto y corro hasta la reja, hay un gendarme que me abre el paso, todo es muy raro, estoy en la calle, no se que hacer, sigo mi huida hasta cansarme, me detengo, respiro, estoy afuera.

Monday, October 10, 2005

Crimenes de Medianoche

Todavía recuerdo el lunar en tu pecho, a un lado de tu pezón, la cavidad cariñosa y confortable del fin de tu vientre, tu pubis, tus caderas sobresalientes, que en ambos costados acariciaban a mis ojos hasta guiarlos a tu interior. También recuerdo tus pies engañosos, friolentos y juguetones, arrullaban mis ánimos, despertaban mis pasiones. Tu cuello aromático me enloquecía: el espacio en el que se encontraba con tu barbilla era mi escondite, ahora mi prisión, mi lamentable encierro, por un crimen que no cometí.

Las celdas están cerradas y el clima huele a muerto, es como si nadie viviera: estamos conectados a una maquina de respiración, a un paso del infierno, pero lejos del cielo. Dan las seis y se abren las celdas, las filas se forman y los gendarmes aparecen. La revisión me recuerda los días de clases, con esas listas interminables y el sueño en mis ojos, esperando mi nombre. Con las cabezas rapadas se distingue a los novatos, yo entre ellos, sólo nos falta oler a mierda para parecer mechones universitarios, aunque dudo que alguno de mis compañeros aquí presentes hubiera, siquiera, pensado en esa oportunidad. Creo que lo único relevante para sus vidas, al momento de cumplir la mayoría de edad, era la posibilidad de ser juzgados como adultos. A fin de cuentas ellos no me interesan para nada, sólo quiero salir lo antes posible.

La voz es clara y firme, “¡todos al patio a cantar el himno!” - y rezar por nuestras almas- susurro. Un ejército de malhechores desfila por los pasillos, llega al patio central donde me encontraba y comenzamos a entonar las primeras estrofas de la canción nacional, del mismo modo en que se vive en estos lugares escondidos del mundo: por inercia. Todo es plano, incluso ante mis ojos de primerizo, esto no tiene sabor, ni siquiera al cantar las estrofas más libertarias e irónicas.

Al parecer el crimen del que me acusan me da cierto estatus dentro del recinto, soy como un Jack el destripador, pero no recuerdo que, a decir verdad, fue lo que ocurrió. Pienso muchas veces en lo que se me imputa: maté a un hombre, pero no encontraron en la escena del crimen pista alguna, sólo una pestaña, lo que me ubica en el lugar. Todavía no se me dice en que lugar ocurrió, creo que quieren que lo diga yo, en las tortuosas sesiones de espiritismo que hacen conmigo, en una sala cómoda, pero lúgubre; no imaginaba, después de leer “los zarpazos del puma”, que los interrogatorios fuera tan agradables. Más parecido a la dictadura son los encuentros con mi madre, que ha esta hora, día de visitas, debe de estar por llegar.

Su blanco pelo y pequeño cuerpo se deja sentir en los fríos pasillos de la cárcel. Habla muy fuerte y llora en demasía. Ella es la única que me cree. Lógico, es mi madre y como tal no escatima en gastos cuando se trata de las dificultades de su niño. Ante mí, el mejor abogado penalista del lugar. Ya había escuchado de él, obviamente entre mis vecinos presidiarios. Todos quisieron, algún día, ser defendidos por este sujeto. Dicen que es tan bueno que no mira a quien defiende, sólo le importa ganar el caso. De una manera profesional, él le comenta a mi mamá en voz baja: “No se preocupe señora Isabel, con los antecedentes de su niño será fácil” y luego esgrime un saludo cliché hacia la ventana donde yo miraba desafiante: “Hola campeón, ¿todo bien?” hice un gesto militar correspondiendo su saludo: lleve mis dos dedos de la mano derecha a mi sien y los baje bruscamente, como si su presencia no me importara más que mirar una parada militar; “tome asiento”, gritó el gendarme a mis espaldas, inmediatamente abrieron la puerta y mi madre y el señor abogado entraron a la habitación. “Mira hijo- empezó a hablar el abogado- esto es simple: tu me dices lo que recuerdas, o lo que quieres recordar...” lo interrumpo barriendo con mi mano sus palabras tiradas en la mesa, yo no quería saber de procesos legales o de lo que ocurrió o debió ocurrir, quería conversar con mi madre, eran semanas duras las que había pasado, “recuerda que ya eres mayor de edad y eres juzgado como adulto, aunque pienses como un niño” refuta el abogado, tratando de recoger sus palabras por toda la salita de visitas, no le hago caso y pregunto: “¿cómo esta ella?.

Aparecio entre la gente, haciendo notar su lisa cabellera, sus ojos despiertos, su delgada figura, su excelente humor, su comprensión ideal, la libertad en las manos y en el corazón una sonrisa. Miro su figura y me atrae. Cantaba y gritaba, se esparcía su olor; a frutas, a flores eternas, a oscuras pasiones, a promesas. Desgrané todo un mes esa situación, busqué los temores, las astucias, su rostro, los pro, los contra, su caminar, las novedades del día. Las pruebas, el colegio, su corazón, el mío, los lastres, las culpas. Medio metro atrás la locura de empezar a construir algo incomprensible, irreal: una relación. Todo empezaba y no era conciente de nada. Explotar es fácil cuando se esta lleno de ella, causante de mis pesadillas, miedo a perderla, miedo a conocerla, miedo a mirarla de frente.

“Bien”- responde mi madre. Las noches oscuras se me vienen a la mente, despertar a las cuatro, con el sudor en la frente y el puñal en el corazón, por haber descubierto, adormilado, que no estaba a mi lado, ella, la que no recuerda, ella la que sigue avanzando, la que movió los cables, la que me empujó al abismo. Entre madrugadas yo la estaba buscando, le digo a un amigo, él me ayudara, él la llamó, ella llegó con otro, ella se rió, yo quería despertar, pero no podía abrir los ojos, me arrancaba de sus brazos, llenos de felicidad, por haberme dejado. Le tengo cariño, pero en mis sueños la odio. “no quiero que él me defienda”- le grito a mi madre, como haciéndola parte de estos estúpidos recuerdos de amor.

Me alejo de la salita, froto mis brazos por el frío y camino hacia mi celda. Sobre la línea amarilla, atrás, clic, (ruido de llaves), manos a la reja, clic, manos libres, siéntate y no hables. ¿qué hago? No puedo quedar eternamente aquí, no puedo defenderme solo. Mi compañero de celda intuye lo que pienso y me aconseja: “hay un caballero que ve los casos perdidos, se llama Ignacio Aguayo”. Esa misma tarde lo trato de ubicar. Después de una semana, ¿quizás fue un mes?, el aparece. Me ponen en la misma salita, contra la luz las manos duras, los hombros grandes, el sombrero de ala corta, voz suave, con autoridad, se acerca a la mesa, quedo extrañado, sus ojos me miran fijamente y no siento temor de decir la verdad, silencio, saca un cigarro, lo prende, me mira y dice: “veamos... (toma un lápiz y una hoja), empecemos por tu historia”.

Monday, October 03, 2005

¿Cómo se habla de una historia de amor?

Al caminar por las calles se levantaban fantasmas. Un perro ladró y dejé el letargo. Iba caminando con un velo, escondido, quizás ajeno, a lo que pasaba a mi alrededor. Solo una pregunta llegaba a mi cabeza: ¿vendrá ella? Era una calle en forma de pato. Creo que en realidad era un cisne, por que en lo alto de su horizonte se erguía negra y preguntona, como el signo. Las baldosas eran blancas de frío color, pero de pureza infinita. Tú nacías así: ¿vendrá ella? .

El pañuelo cubría tus labios, eras oriental obsesión, de mil y una noches, eras bello arte, en palabras claras y tonos firmes, eras eso y más, como dice el poeta, porque si no crees, no sigas leyendo, porque si no vives no sigas corriendo. Es una forma de contarte como atrapé la estrella y como en mis manos se apago y me quemó y me consumió, como tu, descubierta y con raíces, te descuidabas en mis brazos y como yo torpe y mal vestido jugueteaba a tu lado.

Lenta es la espera frente al cisne de nubes, tarde era la fuerza que había llegado. No puedo seguir fingiendo, o creyendo que finjo. Por eso te he llamado. Alumbraste mi cama, como un cosmos invencible, y la sigues llenando. Caminas descalza por las ruinas y no titubeas, como quisiera tener tu fortaleza. A pesar de perderte, sigues adelante, a pesar de alejarte, sigues cercana.

El gran misterio fue, ¿vendrá ella?, el gran retrato el que menos quise: ¿será ella? Y como no se nada y poco conozco, no me queda más que soñarme esperando, sobre un cisnes hermoso y quedar boquiabierto, al ver tus ojos y sentir tus labios como un loco. Es difícil no abstraerse ¿Cómo se puede hablar de una historia de amor?