Friday, December 23, 2005

Crimenes de Medianoche III

Estoy frente a la pieza donde encontraron el cuerpo, no se cuento he corrido. Ellos saben que estoy afuera pero no han hecho nada por buscarme, ¿quizás no quieren encontrarme?. Hay una mujer haciendo guardia, me hace una señal para que pase, siento su complicidad. En vez de investigar comienzo a conversar con ella.

“sabes, eras una persona muy inteligente al callar muchas cosas” me dice ella. Yo me sonrojo, no me gusta las alabanzas, “soy más bien algo pillo” respondo.

- “no, no estoy hablando del crimen, nadie cree que fueras tu”
- ¿ha si?- respondo sin mayor interes
- Si. Por eso te dejaron salir
- No creo, para mi es un error.
- No hay errores, solo situaciones incomprensibles.
- Si tu lo dices... sonrío resignado
- ¿Que signo eres?
- ¿Del zodiaco? Pregunto.
- Si, ¿cuál más?
- Escorpión.
- Yo igual.
- Ha...
- Debemos potenciarnos.
- ¿cómo?
- Somos personas temidas, pero a su vez muy amadas. Tenemos algo de carisma.
- En mi ya no existe eso.
- No creo, me pareces muy interesante, sólo con tus escuetas respuestas.
- Eres rara.
- Igual que tu.
- No tanto.
- Jejejeje, claro, verdad que yo estoy en la cárcel por un crimen que no cometí.
- Quieres pasear?
- No, mejor te dejo solo para que descubras algo que te ayude.
- Por fa, acompáñame. No quiero estar sólo en esto.
- Deberías hacerlo solo. Sentencia con sus ojos.
- Tengo miedo. No quiero enfrentarla.
- ¿Enfrentarla? A quién?
- A ella.
- Mmmm, parece que alguien no ha podido soltar las amarras...
- (cada vez era más el deseo que sentía por ella) por que no me acompañas a tomar un café (yo ya casi sentía su cuerpo, no podía dejar de pensar en eso). Sólo quiero conversar, vamos, no seas fome.
- Bueno, pero después me dejas. Tienes que volver a la carcel.

Mientras conversábamos, sólo pensaba en lo que le haría, en la noche entera que pasaría conversando con su agitación, sus senos, pequeños, pero hermosos, su cuerpo delgado, su piel blanca tatuada por las experiencias de sol, su voz femenina y penetrante que me empujaba a soñar algo que quizás nunca sería pero que me divertía, yo no quería escuchar sus historias, sólo quería saborearla, le tomé el brazo, la miro fijamente y descubrí que ella no estaba en sintonía con mis locuras, no quería ser amarrada a la cama, ni menos ser hurgada por completo por mis manos, estaba ajena a mi mente, debo mantener mi atención en ella, debo esconder mis pensamientos. Callar.

Calmé mis ganas y comencé a ponerle atención, hace mucho tiempo que no escuchaba a una mujer. Preferiría hablar de fútbol, pero era la única compañía que en ese momento tenía. Me hablo de sus sueños, de sus hijos que vendrían, de su trabajo que no tenía, fue algo muy romántico, pero había un problema, yo solo quería tomarla. Ya había olvidado el crimen, había olvidado que debía volver. Llegamos a un café, yo pido leche con chocolate. Se disculpa por ir al baño, en ese momento me contuve las ganas de seguirla y sorprenderla con mis locuras de niño explorador. Después de segundos de silencio descubrí que debía irme. Pagué el café, en una servilleta escribí un beso y tome un taxi. Por el retrovisor vi como ella sorprendida miraba hacia la calle.

Desperté en mi celda, me dolía mucho la cabeza, sentía el letargo de días de jarana, mis labios partidos, un ardor en la panza y el torso desnudo. No se si lo que pasó fue verdad, no recordaba como había llegado, en mi pecho encontré una tristeza que me quebró.

Wednesday, November 23, 2005

el padre conciente

Escena I
(Un departamento, se ve una puerta de entrada, luego un pasillo, un pequeño altar familiar se ve al pasar, de fondo el living.)
El hombre llega del trabajo, abre la puerta, cuelga el abrigo. Su hija sale al encuentro lo saluda, el se agacha, la apretuja contra su cara.

P: hola hijita mía, como estas?
H: bien papi.
P: y tu mamá
H: esta en el baño, ya viene.

Deja el maletín a un lado y mira hacia el living.

P: como estuvo el colegio?
H: bien, me dieron tareas y no entiendo matemáticas.
P: haber tráeme los cuadernos.

La hija deja el living, el padre se nota algo incomodo, se suelta la corbata y llama a su mujer.

P: clara!, clara!
E: ya voy (esta fuera de toma), esta servida el agua, empieza no más.

El se sienta y se sirve un te, cuando se está preparando un pan llega la hija con las tareas, comienza a explicarle., en eso llega la madre, sin palabra alguna se sienta.

P: (sin dejar de responder las dudas de la hija) y como estuvo tu día mi amor?
E: bien, falta azúcar, tienes que dejarme plata para mañana ir al super (indiferente al arreglarse un pan).

El padre da ciertas instrucciones y la hija se sienta a resolver los ejercicios.

P: por que no aprovechas de comprar un vinito para el domingo que vienen mis primos?
E: van a venir a almorzar?
P: sí y creo que vienen con mi mamá.
E: a que bien. Y hay que cocinar algo especial?
P: no creo. Tu sabes que mi mamá siempre que viene trae echa la comida, es media mañosa, pero fueno, se preocupa.
E: es que no le gusta cómo cocino (con un tono herido)
P: sabes que es para regalonearme, no te pongas así por leseras de vieja (cariñosamente).

La hija interrumpe: va a venir la tía Sofía?

P: no creo hija.
H: buuu a mi me gusta jugar con ella.
E: debe tener cosas que hacer, cierto? (mirando al marido como pidiendo explicaciones)
P: es que es una comida familiar, no corresponde que ella venga.
H: terminé.
P: (revisando el cuaderno) muy bien te haz ganado un beso. (Le da un beso) y ahora a bañarse y preparase para dormir!!! (Con tono alegre).

La esposa empieza a recoger la mesa.

Escena II

Secuencia rápida, ella lavando los platos, el prende la tele, la hija guarda sus cuadernos en la mochila. Él en la cama matrimonial de fondo el ruido de chapoteos en el agua, la madre le canta una canción mientras la baña. Ella llega en pijama a la cama matrimonial la esposa saca la camisa de dormir.

P: ya ahora a acostarse.
H: no!!!!!!! Quiero dormir con ustedes
P: no por que es el momento de que los papas están solitos para conversar y pololear, te acuerdas lo que hablamos el otro día.
H: si.
P: ya po, ahora buenas noches.

La toma en brazos y la lleva a su cama, la arropa, la besa en la frente.

P: buenas noches hijita que duermas bien.
H: buenas noches papá. (Gritando) buenas noches mami, de ahí me das mi beso!!
E: yaa-a!

El padre se va a la cama, la madre va a la pieza de la niña, ella esta durmiendo, la besa en la frente y va a la cama con su esposo.

E: ya esta durmiendo. Te puedes ir.

El toia su pijama, su maletín, sus papeles y se va. Pasa frente a la puerta entre abierta de la pieza de la hija ella esta despierta.

Escena III

Sale del departamento, toma un ascensor, baja dos pisos. Abre la puerta de un departamento, entra a la pieza donde duerme una mujer, se desviste, se pone el pijama, se acuesta. La mujer prende la luz.
A: hasta cuando lo mismo?
P: no se Sofía, no se. Mejor duérmete.

La mujer apaga la luz. (La niña llora en silencio en su pieza)
FIN.

Wednesday, October 19, 2005

Crímenes de Medianoche II

"Estábamos solos en mi casa, no había luz, nada más velas y dos personas- empiezo el relato frente al silencioso abogado- “estábamos terminando lo que habíamos empezado hace algún tiempo. En el living a oscuras sólo lograba ver sus ojos tristes que trataban de argumentar algo que no tenia explicación lógica."

"Cuando lo peor había pasado, suena el teléfono: una fiesta en casa de un amigo nos esperaba a los dos. Yo no quería ir”- ¿por qué? Interrumpió el jurista- “mire, después de terminar la relación no quería seguir a su lado, creo que es comprensible ¿o no?” , el entendió de inmediato yo sabía que ella no lo entendió. ... “y, -seguí mi relato- como todavía yo hablaba en ‘nosotros’, cedí a su petición de acompañarla, nos subimos al auto, esa escena era realmente patética, la radio no lograba llenar el silencio que las conversaciones dejaban. Llegamos al lugar, todo era alegría, había que ponerse la mascara, separarnos y hacer lo que nos plazca, ya sea emborracharse o llorar las penas con un amigo, quizás simplemente disfrutar el espectáculo. La casa era de un piso, pero un sótano hacia del ambiente más ameno y novedoso. En la entrada no pudimos ocultar por mucho tiempo nuestra lejanía, aunque no éramos de la idea de estar todo el día abrazados y menos en los carretes, ese silencio que ya nos había incomodado, seguía presente en ‘nosotros’, nos iba convirtiendo en uno, distinto del otro. En ese momento pensé que sería posible divertirse sin que afloraran los gritos de mi interior, esperaba que lo conversado en mi casa fuera una ilusión. Lo que realmente pensaba no puedo ni mencionarlo en esta conversación, me da asco."

“¿Por qué te da asco?,”- me comenta el carismático abogado- “no debes guardarte nada si es quieres que esto funcione. Es necesario, que tú logres llenar todo, es precisamente los vacíos que hay lo que hace que tu caso sea digno de la corte”. Hice caso omiso. Miro su hoja, está llena de anotaciones. “¿Qué escribe?”- pregunto como para desviar el tema; no hay palabras- Comprendo que sabe lo que estoy haciendo, pero no me dice nada, no me quiere juzgar. Ante eso, respondo con sinceridad: " ella quería que la fuera a dejar a su casa para ahorrarse la locomoción nocturna, que siempre trae problemas para un viajante solitario". El asiente con la cabeza y me mira con ganas de seguir escuchando.

"Todo iba bien hasta que la veo hablando calurosamente con un tipo, conocido, pero no lo bastante para que me guardara cierta lealtad. Miré desde la escalera que da al sótano, ellos estaban abajo. Cariñosamente el le toma la mano. Con el alcohol moderado en mi sangre, sentí un golpe en mi pecho, lo chistoso es que ese dolor siempre lo sientes más atrás que el corazón”- en realidad era como si saliera de mi espina dorsal, no es un sentimiento, es un instinto humano-. “Así empecé a seguirlos, como un cazador a su presa, ella no podía hacer eso, menos estando yo presente, menos esa noche, la ultima noche. Subieron se tomaron un trago, bailaron, hasta que él la acompañó a esperar la micro para irse a su casa. Creí que era una exageración seguirlos en la calle. Me detuve en la puerta, más no pude contener mi dolor. Iba lejos de ellos, pasé inadvertido, gracias a dios, nada paso. El volvió a la casa, yo lo esperaba en la escalera, con un cigarro, sentado. El bajo y fue a abrazar una chica. Yo me acerqué a él y lo encaré le dije unos cuantos garabatos, que es lo que se creía el concha’su madre, le voté el trago que tenía en la mano y empezó la pelea. Yo lloraba mientras lo golpeaba. En realidad nunca he sido bueno para pelear, y esta ocasión no era la excepción, recibí más de lo que di pero el se gano un viaje por la escalera que lo dejo un poco atontado, en ese momento fue cuando todos nos separaron y a mi me echaron de la casa. Amablemente me fui a dormir a mi casa sin oponerme a la decisión del dueño. Al día siguiente despertaba con mi madre pidiéndome explicaciones y los carabineros en mi puerta."

“Interesante-comenta el abogado- pero lo que me cuentas te deja como primer sospechoso. El niño amaneció muerto ese día, ¿qué opinas?” -me pregunta; pienso un instante- “mala pata”, encogiéndome de hombros y demostrando lo lamentable que me parecía el echo, aunque muy dentro mío me hubiera gustado ser el asesino de ese patán. “Si no hay más que quieras compartir, me retiro, un gusto conocerte”- me dice mi confidente defensor de un modo muy protocolar. Me levanto, un apretón de manos y de vuelta a mi celda.

Llegada la noche me llaman a la oficina del alcaide. Todo empezó raro: me quitan las esposas al sacarme de la celda, me llevan en dirección contraria al edificio administrativo, y al cabo de unos metros me dejan solo. No sabía que hacer, estaba oscuro, en medio del pasillo cinco, esperando algo. Parece que estoy soñando, me golpeo la pierna, nada, estoy muy despierto. Escucho ruido de autos, una ventana abierta, sin barrotes, me acerco a ella me veo ante la disyuntiva, escapar o no; podría ser una trampa, podría ser la oportunidad de seguir adelante con mi vida. Dejo de pensar y actúo, nadie me detiene, salto y corro hasta la reja, hay un gendarme que me abre el paso, todo es muy raro, estoy en la calle, no se que hacer, sigo mi huida hasta cansarme, me detengo, respiro, estoy afuera.

Monday, October 10, 2005

Crimenes de Medianoche

Todavía recuerdo el lunar en tu pecho, a un lado de tu pezón, la cavidad cariñosa y confortable del fin de tu vientre, tu pubis, tus caderas sobresalientes, que en ambos costados acariciaban a mis ojos hasta guiarlos a tu interior. También recuerdo tus pies engañosos, friolentos y juguetones, arrullaban mis ánimos, despertaban mis pasiones. Tu cuello aromático me enloquecía: el espacio en el que se encontraba con tu barbilla era mi escondite, ahora mi prisión, mi lamentable encierro, por un crimen que no cometí.

Las celdas están cerradas y el clima huele a muerto, es como si nadie viviera: estamos conectados a una maquina de respiración, a un paso del infierno, pero lejos del cielo. Dan las seis y se abren las celdas, las filas se forman y los gendarmes aparecen. La revisión me recuerda los días de clases, con esas listas interminables y el sueño en mis ojos, esperando mi nombre. Con las cabezas rapadas se distingue a los novatos, yo entre ellos, sólo nos falta oler a mierda para parecer mechones universitarios, aunque dudo que alguno de mis compañeros aquí presentes hubiera, siquiera, pensado en esa oportunidad. Creo que lo único relevante para sus vidas, al momento de cumplir la mayoría de edad, era la posibilidad de ser juzgados como adultos. A fin de cuentas ellos no me interesan para nada, sólo quiero salir lo antes posible.

La voz es clara y firme, “¡todos al patio a cantar el himno!” - y rezar por nuestras almas- susurro. Un ejército de malhechores desfila por los pasillos, llega al patio central donde me encontraba y comenzamos a entonar las primeras estrofas de la canción nacional, del mismo modo en que se vive en estos lugares escondidos del mundo: por inercia. Todo es plano, incluso ante mis ojos de primerizo, esto no tiene sabor, ni siquiera al cantar las estrofas más libertarias e irónicas.

Al parecer el crimen del que me acusan me da cierto estatus dentro del recinto, soy como un Jack el destripador, pero no recuerdo que, a decir verdad, fue lo que ocurrió. Pienso muchas veces en lo que se me imputa: maté a un hombre, pero no encontraron en la escena del crimen pista alguna, sólo una pestaña, lo que me ubica en el lugar. Todavía no se me dice en que lugar ocurrió, creo que quieren que lo diga yo, en las tortuosas sesiones de espiritismo que hacen conmigo, en una sala cómoda, pero lúgubre; no imaginaba, después de leer “los zarpazos del puma”, que los interrogatorios fuera tan agradables. Más parecido a la dictadura son los encuentros con mi madre, que ha esta hora, día de visitas, debe de estar por llegar.

Su blanco pelo y pequeño cuerpo se deja sentir en los fríos pasillos de la cárcel. Habla muy fuerte y llora en demasía. Ella es la única que me cree. Lógico, es mi madre y como tal no escatima en gastos cuando se trata de las dificultades de su niño. Ante mí, el mejor abogado penalista del lugar. Ya había escuchado de él, obviamente entre mis vecinos presidiarios. Todos quisieron, algún día, ser defendidos por este sujeto. Dicen que es tan bueno que no mira a quien defiende, sólo le importa ganar el caso. De una manera profesional, él le comenta a mi mamá en voz baja: “No se preocupe señora Isabel, con los antecedentes de su niño será fácil” y luego esgrime un saludo cliché hacia la ventana donde yo miraba desafiante: “Hola campeón, ¿todo bien?” hice un gesto militar correspondiendo su saludo: lleve mis dos dedos de la mano derecha a mi sien y los baje bruscamente, como si su presencia no me importara más que mirar una parada militar; “tome asiento”, gritó el gendarme a mis espaldas, inmediatamente abrieron la puerta y mi madre y el señor abogado entraron a la habitación. “Mira hijo- empezó a hablar el abogado- esto es simple: tu me dices lo que recuerdas, o lo que quieres recordar...” lo interrumpo barriendo con mi mano sus palabras tiradas en la mesa, yo no quería saber de procesos legales o de lo que ocurrió o debió ocurrir, quería conversar con mi madre, eran semanas duras las que había pasado, “recuerda que ya eres mayor de edad y eres juzgado como adulto, aunque pienses como un niño” refuta el abogado, tratando de recoger sus palabras por toda la salita de visitas, no le hago caso y pregunto: “¿cómo esta ella?.

Aparecio entre la gente, haciendo notar su lisa cabellera, sus ojos despiertos, su delgada figura, su excelente humor, su comprensión ideal, la libertad en las manos y en el corazón una sonrisa. Miro su figura y me atrae. Cantaba y gritaba, se esparcía su olor; a frutas, a flores eternas, a oscuras pasiones, a promesas. Desgrané todo un mes esa situación, busqué los temores, las astucias, su rostro, los pro, los contra, su caminar, las novedades del día. Las pruebas, el colegio, su corazón, el mío, los lastres, las culpas. Medio metro atrás la locura de empezar a construir algo incomprensible, irreal: una relación. Todo empezaba y no era conciente de nada. Explotar es fácil cuando se esta lleno de ella, causante de mis pesadillas, miedo a perderla, miedo a conocerla, miedo a mirarla de frente.

“Bien”- responde mi madre. Las noches oscuras se me vienen a la mente, despertar a las cuatro, con el sudor en la frente y el puñal en el corazón, por haber descubierto, adormilado, que no estaba a mi lado, ella, la que no recuerda, ella la que sigue avanzando, la que movió los cables, la que me empujó al abismo. Entre madrugadas yo la estaba buscando, le digo a un amigo, él me ayudara, él la llamó, ella llegó con otro, ella se rió, yo quería despertar, pero no podía abrir los ojos, me arrancaba de sus brazos, llenos de felicidad, por haberme dejado. Le tengo cariño, pero en mis sueños la odio. “no quiero que él me defienda”- le grito a mi madre, como haciéndola parte de estos estúpidos recuerdos de amor.

Me alejo de la salita, froto mis brazos por el frío y camino hacia mi celda. Sobre la línea amarilla, atrás, clic, (ruido de llaves), manos a la reja, clic, manos libres, siéntate y no hables. ¿qué hago? No puedo quedar eternamente aquí, no puedo defenderme solo. Mi compañero de celda intuye lo que pienso y me aconseja: “hay un caballero que ve los casos perdidos, se llama Ignacio Aguayo”. Esa misma tarde lo trato de ubicar. Después de una semana, ¿quizás fue un mes?, el aparece. Me ponen en la misma salita, contra la luz las manos duras, los hombros grandes, el sombrero de ala corta, voz suave, con autoridad, se acerca a la mesa, quedo extrañado, sus ojos me miran fijamente y no siento temor de decir la verdad, silencio, saca un cigarro, lo prende, me mira y dice: “veamos... (toma un lápiz y una hoja), empecemos por tu historia”.

Monday, October 03, 2005

¿Cómo se habla de una historia de amor?

Al caminar por las calles se levantaban fantasmas. Un perro ladró y dejé el letargo. Iba caminando con un velo, escondido, quizás ajeno, a lo que pasaba a mi alrededor. Solo una pregunta llegaba a mi cabeza: ¿vendrá ella? Era una calle en forma de pato. Creo que en realidad era un cisne, por que en lo alto de su horizonte se erguía negra y preguntona, como el signo. Las baldosas eran blancas de frío color, pero de pureza infinita. Tú nacías así: ¿vendrá ella? .

El pañuelo cubría tus labios, eras oriental obsesión, de mil y una noches, eras bello arte, en palabras claras y tonos firmes, eras eso y más, como dice el poeta, porque si no crees, no sigas leyendo, porque si no vives no sigas corriendo. Es una forma de contarte como atrapé la estrella y como en mis manos se apago y me quemó y me consumió, como tu, descubierta y con raíces, te descuidabas en mis brazos y como yo torpe y mal vestido jugueteaba a tu lado.

Lenta es la espera frente al cisne de nubes, tarde era la fuerza que había llegado. No puedo seguir fingiendo, o creyendo que finjo. Por eso te he llamado. Alumbraste mi cama, como un cosmos invencible, y la sigues llenando. Caminas descalza por las ruinas y no titubeas, como quisiera tener tu fortaleza. A pesar de perderte, sigues adelante, a pesar de alejarte, sigues cercana.

El gran misterio fue, ¿vendrá ella?, el gran retrato el que menos quise: ¿será ella? Y como no se nada y poco conozco, no me queda más que soñarme esperando, sobre un cisnes hermoso y quedar boquiabierto, al ver tus ojos y sentir tus labios como un loco. Es difícil no abstraerse ¿Cómo se puede hablar de una historia de amor?

Tuesday, September 13, 2005

En las paredes se ordenan las cosas.

En las paredes se ordenan las cosas,
ellas se renuevan solas
y en la habitación nace la soledad
para buscar y distinguir
las paredes que ordenan las cosas.

Tu estas en una de ellas.
eres tu nueva, tu liberadora,
tu en todas. ordenas y refrescas.
me enloqueces y me conservas.

las paredes se cambian.
las habitaciones se agrandan.
las soledades se aquietan.
el corazón avanza.

las paredes se ordenaron,
en tus manos se simplificaron.

Sunday, July 17, 2005

VENDRÁ LA MUERTE Y TENDRÁ TUS OJOS

Cesare Pavese


"Vendrá la muerte y tendrá tus ojos esta muerte que nos acompaña desde el alba a la noche, insomne, sorda, como un viejo remordimiento o un absurdo defecto. Tus ojos serán una palabra inútil, un grito callado, un silencio. Así los ves cada mañana cuando sola te inclinas ante el espejo. Oh, amada esperanza, aquel día sabremos, también, que eres la vida y eres la nada.

Para todos tiene la muerte una mirada. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. Será como dejar un vicio, como ver en el espejo asomar un rostro muerto, como escuchar un labio ya cerrado. Mudos, descenderemos al abismo."

Tuesday, July 05, 2005

Capítulo I: “Retrato entre árboles y montañas”

“Amada, supón que me voy lejos,
Tan lejos, que olvidaré mi nombre...
...Amada, quizás soy otro hombre,
Más alto y menos viejo,
Que sueña por si mismo....
Allá lejos, allá en el dulce abismo”
Silvio Rodríguez;“Dulce Abismo”.



Pasos cortos y rápidos atacan el camino al quiosco de la esquina, donde lo espera Don Carlos, ya amigo gracias a las frecuentes visitas a las diez de la noche para comprar el cigarro que acompaña sus últimos pensamientos del día.

Felipe, de tez morena por el sol de santiago, se jacta de su mediana estatura, para no decir pequeña, con el gigante vendedor de revistas que siempre bromeaba con esa especial característica. La amena conversación termina con -“un Belmont light de diez porfa”- y la transacción se completa con un apretón de manos, siempre sudorosas por el calor de la eterna capital.

Su nariz, heredada de su madre, que en algún momento fue tachada de grande, pero en la pluralidad universitaria había pasado desapercibida gracias a prominentes morrones o aguileñas y curvas estructuras respiratorias que eran más respetadas y permitían que la de Felipe fuera una entre grandes narices, percibe un olor a pan recién hecho, lo prueba en su mente y, al consultar su capital, se desvía hacia el pequeño supermercado.

En la fila del pan se cuestiona la decisión de vivir solo, algo que siempre anheló desde que arribara a la capital desde Puerto Montt, pero que ahora le acarrea problemas como el de la alimentación, las compras y las cuentas de los servicios básicos.

Durante sus primeros tres años en la ciudad metropolitana estuvo en una pensión, allí vio como la comida de la tía Nelly, la dueña, y la vida licenciosa le hicieron subir unos kilos que le impedían igualar su marca en los cincuenta metros planos, que, a todo esto, ya ni recordaba. El pelo se le empezó a caer en tercero medio, una frente amplia lo acompaña; esto es algo que heredó, o quizás fue el estrés, no sabe, ya que no le gusta visitar al medico, por orgullo o infantil prejuicio.

Con los cigarros y la bolsa del pan en la mano, toma el ascensor que lo llevará a sus aposentos. Con naturalidad mira la cámara dentro del transporte vertical que graba “para su seguridad”- “en contra de mi privacidad”-comenta entre labios. Se baja del aparato, se apresta a introducir la llave y lo interrumpe un pequeño ruido de pasos: “un vecino”-pensó. Al instante, un golpe en sus espaldas, le invita a voltear para encontrarse de frente al conserje. Los hombros de Felipe eran anchos y bien delineados, fruto de la genética, ayudada por los distintos trabajos voluntarios de su adolescencia, tanto construyendo, como reparando techos, invernaderos, en fin ayudando comunidades rurales, también urbanas, en el sur de chile. Esas experiencia también habían forjado sus ojos tristes y atentos al ver la dura realidad de hombres quizás más capaces, pero con menos suerte que él.

El apenas conocido conserje le recuerda que no ha pagado los gastos comunes. Agradeciendo el aviso, junta el dinero y se lo entrega, entra a su departamento decidido a tomar once y una ducha. Pone a calentar el agua del termo eléctrico para el baño y arregla la mesa para uno: una taza, una cuchara, una servilleta, un individual, un estomago a medio llenar, una mesa, una silla, una ventana, un paso a la eternidad, un sabor, una boca, un departamento, una ansiedad, una espera, una satisfacción.

El agua estaba lista para una reconfortante ducha antes de empezar la noche: el baño azul, decorado con muchas ranas: la cortina, el toallero, la taza, la jabonera, la esponja, sólo faltaba Felipe. Desnudo, desempaca su toalla verde, a tono con la decoración anfibia; sus piernas velludas, su pelo en el pecho lo hacen pensar en él como una montaña, a pesar de su estatura. Desnudo es libre, solamente carne, piel, pelos, cicatrices, es el estado más puro de la naturaleza, sin ropas que oculten sus detalles, sin zapatos que protejan sus pies. Llega a ser tan alto que no crece vegetación en las alturas, pero se cubre de verdor desde sus ojos para abajo, es algo inmóvil, que camina a pasos de siglos, no de años, horas o instantes, es un solo vivir etapas geológicas de larga duración, una gran corriente que empina su porte y hace caer el agua por sus faldas, dejando ríos iluminados por el shampoo. Se seca el pelo, voltea y mira al espejo, “debo afeitarme”-dice- se da cuenta lo perezoso que era al permitir que crezca la barba, orgullo de precoces años, pero fomentador del descuido en su presentación. Con espuma en mano comenzó a delinear su perfil con la afeitadora. Al ver su rostro sin el negro manto, visualizó su natural cara de niño que escondía bajo el vello descuidado, también notó que debía cortarse el cabello.

Con todo preparado minuciosamente se apresta a fumar el último cigarro del día, frente a la ventana con vista al edificio Diego Portales y Víctor Jara de fondo se concentra en los últimos pensamientos del día:

Vuelves a pensar después de mucho hacer; es que es necesario voltear todo hacia adentro para sanar, es que hay que enfrentar los miedos en la pieza oscura que ensimismarse significa. Piensas, por tanto, de lo más seguro de tu viaje.

Creí encontrarte en mis actitudes más arcaicas, con las monotonías, con el volver a empezar todo lo que soy y cuanto decidí ser. Descubrí así que tu mundo, Felipe, el que existe bajo tu cama, se generaba a medida que lo creabas. No antes. Desde el día que abriste tus ojos y miraste las manos de tu madre acurrucándote en su pecho, tan suave, tan confortante. Ese momento inmaculado cuando te apropiaste de ella y tus juguetes, de tus amigos y tus experiencias. Era tal la alegría de tener, que no sentías nada igual, eran puras sorpresas que quebraban la tranquilidad de las lluvias sureñas, de los vientos correntosos que te llevaban donde los tubos de concreto no pudieran protegerte. Es entonces cuando DESCUBRISTE.

Lo complejo empieza cuando el sorprenderse intenta transformarse en una empresa conjunta: tu y yo, juntos en la vida, cuando la sed le gana al vaso y todo se vuelve miedo, yo no lo tengo por eso me permito buscarte. Te preguntarás qué es lo que busco: una pizca de “mi”que se fue lejos, al “Dulce Abismo” . Un plantearte preguntas con la posibilidad de mirar dentro de ti, que por casualidad, o quizás causalidad, corras una cortina y me dejes hurguetear tus cosas, descubrir lo que hay detrás de la indecisión.

Aunque naciste en Valparaíso, tu vida esta en Puerto Montt. Ahora dudas si EXISTES en Santiago, debe ser por miedo a perder lo que fuiste. Estuviste dentro, a un lado y ahora lejos de tu madre y no consigues vivir con eso. No entiendes tu muerte y por eso me llamas al calor de un cigarro, en la tranquilidad de la burbuja. Crees que tus manos no pueden, quieres ocupar mis manos. Tus hermanas son lo más importante en tu vida. Pero no entiendes que ya son mujeres, que no pueden vivir a tu lado, que no debes frenarlas. Mírate y escúchame: no tenemos nombre.

Cuando niño tenías un dibujo preferido: en el fondo grandes montañas con nubes y pájaros revoloteando en el horizonte; un sol que estaba naciendo, o escondiéndose, no sabías, tenías la contradicción de la geografía empírica, de los movimientos cósmicos. Bajo esos imponentes monumentos un campo tierno y fértil; a los pies de las montañas una casa pequeña. Cerca de ella, una arboleda lejana, en perspectiva con el árbol, uno que habita el primer plano, uno imponente, detallado. Una roca a su lado y a la izquierda de esta un río, que nacía entre los faldeos y cruzaba la pradera hasta morir a los pies del imponente ser vivo, casi en el centro del margen inferior de la hoja de papel. Esa era tu vida, esa es mi vida.

Lo simple del dibujo era gracias a tus ganas de definirte, no a un talento. No complicabas el dibujo por no poder hacer algo mejor, a tu gusto.¿Por qué siempre has querido ser artista? Creo que tus indecisiones atacan de nuevo y sólo quieres expresarte sin ser entendido. Que te comprendan como eres; no quieres ser “hijo de” sino ser tú. Pero ahora estoy yo, ¿viste que se vuelve complejo?.

Felipe no quiere seguir pensando, ya se a puesto nostálgico, pasan imágenes de su vida y no quiere seguir escuchándolas, le dan pena. La música a cesado de protestar sin darse cuenta. Es hora de acostarse.

Se lava los dientes, se desnuda y entra en la cama, el calor no lo deja dormir: “es mejor el frío, te puedes arropar y te sientes seguro”- piensa- “como mi casa circular, entre las montañas y los bosques del sur”, a pesar de eso, a él le encanta el desierto por lo sensual de las colinas desnudas, siempre ha pensado en las curvas de las mujeres cuando ve los desolados paisajes, tan desconocidos, pero familiares a la vez. Meditando se adormece y comienza a ver las imágenes de su vida entre musgos y tijerales.

Anhela poder y fama, pero no tiene fuerza para mantenerlos, debe moverse y establecerse, dominar distintos escenarios con distintas actitudes, ser asertivo y coherente. Quiere ganar el mundo y no perder nada, aunque esta consciente de que TIENE que perder para poder ganar. Se sueña un viernes en la noche, su hijo no llega pero no importa, “¿qué le puede pasar si esta jugando a la pelota en el callejón?”-dice entre sueños-. La película es excelente; policías corruptos, traficantes con conciencia social, de todo lo que disfruta.

La película llega al clímax, el personaje principal se enfrenta al malo de la historia. En un callejón, Ryan, el policía, lo mira desde la ventana con su fusil de gran alcance. Frans sabe que lo están observando.

El cambio de los maletines era un truco, de ambos lados de la ley habían planes. Frans saca el maletín y lo lanza en dirección a la ventana, se tira a los basureros, se escucha un disparo, gritos y silencio.

Después de un rato, Ryan sale de su escondite en el edificio contiguo, baja por las escaleras de incendio hasta llegar al primer piso. Su mirada se aterroriza al ver el cadáver de un niño que, por error, había recibido el disparo que el policía, sin ángulo y casi por instinto, percutó.

Felipe se levanta del sillón, suena el teléfono. Una voz dulce le pregunta por el padre de su hijo. Su pequeño esta muerto.

Exaltado y agónico se despierta de golpe, sudor frío corre por su pecho, siempre ha pensado que sus sueños matan a todo el que se le acerca. No quiere perder a nadie. Trata de conciliar el sueño pero escucha, entre la estática de la televisión encendida frente a su sillón, una melodía inspiradora, mira el reloj, son las cuatro de la mañana. Se apronta a componer una canción. Confiado saca un lápiz, los acordes seguros son respaldados por lo hermoso de no saber nada: no te pones limites para imaginar los pasos que darás, entre el nacer y el morir, aunque ellos siempre redunden en imágenes parecidas:

Soy un árbol, no montaña, o quizás las dos cosas, que de noche no se ve ni se siente pero de día no deja ver más allá del horizonte, soy un árbol que crece, a pasos de milenios, por que duraré una eternidad. Cuando soplan los vientos quedo desnudo y en los soles brillantes me arropo por lo que pueda pasar. Soy en el cual tomaste sombra y te protegiste de la lluvia, pero que hoy dudas, al tener que mantener tu desarrollo sustentable. Siempre vuelves a correr; tranquilo, yo te busco, por eso contaré nuestra historia.
La creacion es nuestra unica salida

Tuesday, June 28, 2005

Sol del 28 de Octubre.

El sol alumbra para todos, un viernes del año 1983, especialmente a la esperanza de muchos hombres, mujeres, jóvenes y niños, que participaban en la séptima jornada de protesta contra el gobierno de Augusto Pinochet. Se juntaron en la alameda y marcharon hacia el palacio de gobierno. El mes anterior el dictador había dicho a los medios de comunicación: “esta no es una dictadura es una dictablanda”, a raíz de las distintas protestas en su contra que habían empezado ese año, en el cual la economía ya no daba más y el descontento se había sacado el miedo a la represión: era una nueva generación.

Casi imperceptible en un cerro de Valparaíso se asoma una señora de nariz aguileña y pequeños pies, junto a un hombre de anchas espaldas y manos grandes y duras, iba subiendo la cuesta con el astro rey sobre sus cabezas apurados por la premura de la muerte, por la preciosa carga que ella llevaba en su vientre, como los que marchaban ante en la capital, descontentos y aburridos, pero temerosos de sus vidas. Miraban envalentonados por los gritos y la muchedumbre a las fuerzas policiales, que ya empezaban a cercarlos, sus voces eran una sola, con distintos clamores, pero se escudaban en su unión espontánea pero organizada sin más fin que vivir mejor.

Las cosas se ponen color de hormiga cuando se escucha la orden de dispersar a la muchedumbre, los compañeros de lucha resisten, los amigos en esperanza se dispersan amedrentados por el uniforme policial y los carros lanza agua. Gritos de dolor alumbrados por el mismo sol que se escuchaban en el cerro Alegre de una porteña ciudad. Estos eran alentados por una sola palabra puje. La señora de nariz aguileña estaba dando todo de si para escapar del fantasma de la censura que caería en sus palabras alumbradas. El caballero dilucidaba que nombre ponerle a la criatura, si perduraría el suyo o el nuevo resplandor alumbraría su cabeza.

Atochado contra las paredes de las callejuelas aledañas a la avenida principal, todos trataban de escapar; contra las paredes del útero todo era viscoso y algo nuevo entraba por las narices, era oxigeno para los pulmones, era gas lacrimógeno para sus pupilas, sus ojos lloraban y escapaba de los policías, palos vienen y palos van, logra salir del túnel ve a un hombre de verde siente la palmada en el trasero, llora de emoción. Escucha ruido a sus espalda y corre cada vez más fuerte siente todavía en sus posaderas el dolor del golpe. Se detiene en los brazos de su madre, la siente, la huele, escucha su voz angelical que le preguntaba: -“¿como se encuentra señorcito?”- era la vecina de su casa que le tendía una mano, y le ofrecía resguardarse en su negocio. Estaba acurrucándose para dormir, cuando aparece nuevamente el hombre de verde, lo toma en sus brazos y lo lleva a una sala llena de pequeñas personitas, iguales que él indefensos, temerosos, hijos de hombres de negocios, de obreros, de caminantes de pequeños pies, hombros anchos o de narices aguileñas; presos y alumbrados por el mismo sol de un viernes 28 de octubre de 1983.

Sopa para uno.

¡A comeeeeeeeR!... corrimos al comedor para escoger buenos puestos, recuerdo que es lunes: la cazuela nos espera. Sombras negras, rojas y plomas pasaban a mi lado empujándome hacia las paredes ásperas del corredor oscuro de mi mente que estaba ensimismada por el ejercicio de ecuaciones diferenciales. Me pica la cabeza, descubro una luz al final de la curva, es una ecuación diferencial que despeja, gracias a la teoría del sándwich, el hambre de mi mente.

Nunca me a gustado la cazuela, es más, siempre me como solo lo sólido: la papa, la carne, el zapallo, el choclo, el arroz y lo porotos verdes, el agua nunca. Lo dejo todo en un plato aparte y comienza la discusión – “veamos ‘Los Simpsons’, no, no, mejor ‘Machos”-, yo para mis adentros sólo suspiro por ver alguna película que me aleje de el problema de mi tarea. Es que es primera ves que veo un problema tan difícil, aparte mi padre no esta cerca y no puede ayudarme a resolverlo, tengo que hacerlo solo, y la prueba es mañana. En eso salto y digo: “¿para que tenemos cable?... ¡veamos una película po’!” la respuesta del grupo es silencio; sólo llevamos una semana juntos, ellos tres se conocen, son de la misma ciudad, Puerto Montt, el Claudio, el Pepo, que se sienta siempre a mi lado, y el Felipe, sentado frente a mi.

Felipe rompe el hielo de mi osada proposición gritando – “pero si Carlitos es gay”, dialogo recordado, gracias a la coincidencia de mi nombre, con el de un personaje de la película “Sexo con Amor”. Todos reímos, pero en realidad me sentía incomodo por las reiteradas bromas del sujeto que tenia enfrente, que eran graciosas y ocurrente, pero que eran fuera de foco y groseras. En todo caso, servían como puente para fraternizar de una manera más amena.

A pesar de las discusiones a mi alrededor, no lograba realizar el ejercicio que seguía en mi mente, estructurando teorías nuevas y simpáticas, que creaban todo un universo polifónico de números; eso es lo lindo de no saber nada: no te pones límites para imaginar soluciones a problemas. Es la inocencia de que todo puedes hacer y, estando solo en una ciudad extraña, el mundo es tuyo. Empiezan las noticias y cambiamos al fútbol, algo que no comparto para nada prefiero seguir pensando en la solución de mi tarea y fingir interés en los goles de la U, que gana dos a cero a un equipo de no se dónde. Dos cero, tres cero, cuatro cero, eso es gol de la U, en 10 minutos sentenció el partido, logrando solucionar mi problema: 203,040 era el punto que me faltaba para la ecuación, Felipe nos invito unas chelas, yo ya respiraba tranquilo, había solucionado mis problemas, de hambre y matemáticas; Clic, se ilumina el comedor, la Paty venía llegando y sacó la ultima foto de su rollo, yo contento, pero cansado, hago la señal de la victoria alegre por el esfuerzo, orgulloso por mi triunfo, ajeno a lo que había pasado en esa cena.

Monday, June 20, 2005

Mirar a un lado de tu cuerpo.

Manuel Rodríguez 326, segundo piso.
Correr tras de de ti no es nada, especialmente para quitarte un beso, carrusel de impresiones, con el vuelo de la escalera, la gravedad no es tan fuerte, hasta que sentí tus labios. Cara mía, recuerda esto: nunca robes a una mujer, que no olvidarás sus manos.

Banco BCI.
Entre risas aparece. ¿Te puedo dar un beso?, No, respondiste. Logre engañarte y robarte uno. Sonreíste y correspondiste mi acción, la gran sorpresa de encontrarte en mis brazos, la gran sorpresa de suponer estar contigo, tan en paz, tan tranquilo, a mi me gustaría pero en este momento no. estaba buscando algo, algo que no encontré hasta que escribí esto. Descubrir que puedo hablarte siendo tu amigo y tu escucharme como amiga, no como amante.

Mi pieza
Acostado en mi azul estancia, busco al fondo de mis sábanas. Ahí encuentro una fina seda que recordaba antiguos vientos de caricias que tentaban las penas. En la seda había flores. Ensillando este manto sacro, en la sombra de un beso, se abren cien caminos de lluvias que quizás siempre estuvieron en el manto, pero sólo hoy, cuando deje de buscar, cuando deje de desear, lo encontré.

Santiago.
Recordé una vida que no olvidaré fácilmente, y lloré. Una pena invadió la sangre de mi cuerpo: tus manos incitan a amarte. Mi alma quiere acercarse y tú sólo quieres ignorarme. El sol ahogó el corazón y la luna nunca más salió. El destierro nos juntara otra vez.

Un Café
Entre la risa recordé todos tus sueños, y pude comprenderte un poco más. Nos miramos, nos saludaron nuestros ojos tristes. Conversamos, sobre lo que fue y lo que puede ser, todo dentro de lo que se puede hablar cuando uno esta perdido. Recuerdos me dicen que fuiste un pasajero de mis besos. Hablar nunca esta de más.

Bus hacia Puerto Montt
Odio, amor, vida, miedo muerte, sorpresa y alegría. Todo pasa, tengo un dolor de cabeza inmenso, eso no pasa. Un néctar, lo único que quiero y el maldito no llega, esto se esta complicando, la luz se apaga, la sed no cesa, todo mal, todo mal, la cabeza, el asiento incomodo, todo, todo, maldito llega, maldito.

Edificio Benavente.
¿Qué es eso? tanta gente, el frío me limita. Camino lentamente, descubro el asombro en las caras de todos los copuchentos. Me acerco y no quiero mirar, veo la sangre y no quiero encontrar la cara. Las manos están temblando y el cuerpo todavía se mueve, trata de escapar, trata de levantarse, nada llega, nada pasa, sólo dar una ojeada, no es posible que ante la muerte miremos atónitos como si nunca la hubiéramos visto, o ¿será que yo nunca te había visto de frente?

Herramientas del la Oscuridad

Su casa circular, en medio de las montañas verdes del fiordo de Reloncaví, con los alerces en sus espaldas y el azul mar iluminado por los rayos del último sol, lo acurrucaron como si se balanceara en el vientre materno: calido, nostálgico, pero deseoso de levantarse. Sus hijos lo rodean, hace tiempo que no venían a casa, su amor estaba a un lado, acariciándole su cabellera blanca y escuálida. Los últimos momentos ya se acercaban: el nunca quiso saber que era lo que tenía; no le gustan los doctores los encuentra orgullosos. Por su vida alegría, recuerdos, fuerza oscurecían todo el presente, por que siempre esperó miró y arrancó. Empieza a caer el sol, va pasando por el gran ventanal en frente de la cama, los colores corren vertiginosos en sus caras, el frío no existe, todo se paraliza, como en un cuadro de Dalí: todo moviéndose, pero no se percibe. Por el camino fresco, se vuelve al inicio, al último aliento que se va con los colores del atardecer por las ropas de los asistentes, del mundo que lo asedia y lo envolvió.

El sol ya no esta en Puerto Varas, el joven de 15 años, el hombre moribundo, se recuerda en un paseo de curso: se queda a ver el atardecer, se descubre solo después de una tarde llena de amistades, el era popular, sus proyecciones eran infinitas, como cuando jugaba con un tubo de concreto, de esos grandes, en Viña del Mar, solitario, nuevamente, dentro de éste, viendo por el orificio el atardecer del puerto, que se alcanzaba a ver desde Miraflores Alto, esto contrastaba con la soledad de la vejez; ella era más calida, más a gusto, más cercano a la tranquilidad que a la frialdad del concreto o la impaciencia de la playa a orillas del lago después del paseo, cuando se preguntaba por el valor de la popularidad, de que servía que todos te saludaran, te conocieran y te encontraran buena onda, si al final siempre vuelves a Él. Esto lo hace sentir instrumento de algo, como que lo eligieran para ser algo. La solución que se le ocurre ante este sentimiento es la acción al atardecer, saltando y trepando árboles; entre eso ve un pájaro volando de espaldas.

Corriendo por el bosque que rodea el camping del lago empieza a encontrar la confianza en su fuerza. Esta actitud le da la sensación de rapidez, de inmediatez: la isla de los curas, Puerto Montt, una pichanga, mis compañeros, Cristo, las típicas patadas del juego, la amistad, todo surge, se entristece, se oscurece por la velocidad, recubierto de códigos de pequeños infantes conociéndose, conociendo a Dios, encontrándose con Él, volviendo de dónde salieron: de sus manos. Caen gotas a montón, se resbala en su correría por el bosque, se vuelve a concentrar en el camino, esquiva el espino siente que vuela, que lo puede lograr, que la velocidad le pega en su cara, que es más liviano que lo mismo es avanzar, que los recuerdos son oscuros y que ahora puede ver todo limpio, que es invencible, por fin lo ha logrado, cae, da un mal paso, siempre vuelvo aquí, STOP, caída y brazos sangrantes.

La fuerza se pierde, esta cansado, en el lecho de muerte, el joven popular y desquiciado, moribundo en la casa circular, pierde su fuerza. Se da cuenta que nuevamente es instrumento, que la fuerza es finita y que no la puede controlar que hace frío y el no quería caerse, no quería volver a recordar los bellos días con sus pequeños compañeros, ni que quería ser conocido por lo que ellos eran ahora, 10 años después de esas pichangas en la isla. Esta finitud, lo desorienta, ayudado por la oscuridad, nuevamente se cree capaz de todo. Sus proyecciones, sus anhelos se opacan, el sol ya se perdió completamente, su padre no esta: lo busca, pregunta, pero no lo encuentra. Su madre no tiene una explicación convincente: el mundo que lo rodea se pierde en ese último aliento de sus fuerzas ante el apuro de llegar al bus que ya se vuelve a Puerto Montt, no quería quedar en la playa, pasaría frío y hambre, hasta que se dieran cuenta que no está. Todo gris, iluminado por el sol en sus caras, donde rebotan los rayos del atardecer, donde está pero no se encuentra: en Él, siempre vuelve a Él, siempre es un instrumento.

En la oscuridad de la muerte ve ese personaje, se vuelve a sentir instrumento pero ahora, no escapa, tú no lo elegiste, fue él quien te eligió, eres un instrumento. Siempre vuelves a él, no porque tú te mueves, sino que por que él te busca, en el bosque, en la isla, en tu casa circular y en el tubo de concreto, todo para descubrir al fin la luz, que te segó y te hizo creer que vivías en oscuridad.